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El entrenador en las escuelas de Fútbol

Ser entrenador no es cualquier cosa. De hecho, la palabra entrenar significa, entre otras acepciones, preparar. Nada más y nada menos. Preparar, tallar el camino, guiar, enseñar, apoyar. Y cuidar.

De eso se trata. Y, lo dicho, no es cualquier cosa. Y, por tanto, no todos valen o valemos para desarrollar esa tarea. Los tiempos en que le entrenador de fútbol era, simplemente, alguien que sabía de fútbol, más o menos, están afortunadamente pasando a la historia. O deberían pasar ya. De una vez. Porque, hay que insistir, entrenar representa una tarea en la que la actitud, no solo la aptitud, entraña una importancia decisiva. Hablamos de la actitud hacia el trabajo, orientada hacia los objetivos, que no deben ser otros que mejorar a aquellos con los que desarrollamos la actividad. Que en una escuela son niños, adolescentes, personas en formación. Deseosos de encontrar referentes, cartas de navegación seguras, para mejorar, para crecer, para aprender a ser mejor jugador de fútbol, y también mejor persona.

El entrenador en una escuela de fútbol debe constituirse en un ejemplo a seguir. Un ejemplo de comportamiento. Discreto, amable, educado, disciplinado, solidario, capaz y, por encima de todo, sensible con la dificultad, con el que puede menos, con aquél a quien le cuesta más.

Enseñar, preparar, guiar. Desde la elegancia, con sencillez, pero también con rigor. Pensando en la persona, en las personas. Explicando, razonando, cuidando, dando la mano, ayudando a levantar a quien se cae,  en los momentos malos. Porque entrenar implica cabeza, y mente, y corazón. No solo destrezas técnicas. Requiere pensar, saber pensar, en cada jugador, en cómo es, en qué necesita de mí. Y en el grupo. Como un tejido, como un ser vivo, que nace y crece según abonamos su desarrollo, con lo que sabemos, con lo que atesoramos, con el día a día, la explicación, la mirada, el abrazo cómplice, el apoyo cuando algo sale mal (insisto en ello), la satisfacción discreta tras la victoria, sin arrogancias ni chulerías, y la observación de la derrota como una experiencia que, siempre, siempre, nos enseña a madurar. Y Claro, si lo hacemos bien, a ser mejores jugadores, más fuertes. Y también mejores personas.

Preparar, entrenar no es cualquier cosa. Es ser un ejemplo. De persona. Y ahí está la perla de esta cuestión. Descubrir que podemos hacerlo, pero que hay que, también prepararse para ello. Leer, investigar, ahondar en las habilidades psicológicas que disponen al más adecuado rendimiento. Y adiestrarnos en las técnicas que conducen a ese objetivo. Porque entrenar es, por supuesto, también, prepararse. Y mucho.